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Drash de Kol Nidrei

Kol Nidrei 5784

Cuando era profesora empezaba el curso diciendo a mis alumnos que todos tenían, ya de entrada, un 10. Todos y cada uno de ellos partían con la máxima nota. El objetivo era mantener la misma nota al final del curso. Rosh Hashanah es un poco como el principio de curso, Yom Kippur es como el final de curso. Todos empezamos con un 10, el objetivo es mantener esa calificación al final del curso.

Si lo extrapolamos a nuestra vida, podríamos incluso decir que Rosh Hashanah es como el día que nacemos y Yom Kippur sería como el día de nuestra muerte. El Rabbi Alan Lew z’’l (1943-2009) hizo esta importante analogía aduciendo que el periodo comprendido entre Rosh Hashanah y Yom Kippur era un viaje en el que se reducía a diez días nuestro paso por el mundo.

Así pues, en Rosh Hashanah celebramos un nacimiento, quizá nuestro propio nacimiento, es un día de alegría y regocijo, pero todos sabemos que tiene su fin. Yom Kippur sería el día en el que simulamos nuestra muerte, vistiéndonos de blanco, recitando vidui, no comiendo ni bebiendo. Rosh Hashanah y Yom Kippur serían como el principio y el final de un camino, y los 10 días que transcurren entre ellos, serían los días que estamos a prueba, un simulacro de la vida. Así que entre Rosh Hashanah y Yom Kippur tenemos no un 10, sino 10 días para aprovechar al máximo y vivir. Pero ¿de qué modo queremos vivir al máximo? ¿Cómo pensamos que debemos vivir ese corto espacio de tiempo de 10 días?

La respuesta es simple. Nuestra tradición nos indica que debemos vivir esos 10 días inmersos en la práctica de tres cosas: tzedaká, tefilá y teshuvá. Como ejemplo contamos con los tres patriarcas: Abraham, Itzjak y Jacob. Abraham como ejemplo de Tzedaká, porque supo ver lo que tenía delante en el momento adecuado, tanto con los tres mensajeros, como en la Akeda; Itzjak, un ejemplo de Teshuvá, porque supo recuperar el pasado, reconstruir los pozos de agua que habían quedado ciegos; y Jacob que mira hacia el futuro y hacia dentro de sí mismo, como si estuviera inmerso en una tefilá constante, atreviéndose a cruzar el vado de Jabbok, cambiar por completo y dar nombre al pueblo de Israel.

Esas tres mitzvot nos darán la pauta de lo que se trata de conseguir durante esos 10 días que estamos acabando de vivir: lograr irnos en Yom Kippur, del modo en el que vinimos al mundo en Rosh Hashaná, es decir, libres de toda transgresión, o en términos religiosos, totalmente purificados, siendo conscientes del aquí y ahora, recuperando el pasado que mejore el presente, y dejando un legado para el futuro. 

Los Yamim Noraim son esos días que calificamos como terribles porque uno se da cuenta de que todo llega a su fin. Se trata de un ensayo que nos recuerda que estamos aquí de paso, y que comparado con la historia de la humanidad, no es más que un paso efímero, de que es muy poco tiempo el que tenemos. Recordarlo cada año es un ejercicio que nos alienta a valorar el poco tiempo de que disponemos. Así leemos sobre Aarón y cómo reaccionó o no reaccionó cuando se enteró de la terrible muerte de sus hijos. La parashá que leeremos mañana en Shajarit se titula “Ajarei mot” después de la muerte, y es una descripción de lo que hace Aarón después de la muerte de sus dos hijos. 

Sin embargo, Yom Kippur no nos invita a reflexionar únicamente sobre el fin de nuestros días, sino que nos invita a dedicar un día entero a ver las cosas, la vida y el mundo que nos rodea desde otra perspectiva. Como dice el rabino Josh Weiner de la sinagoga Adath Shalom de París, por un día logramos centrarnos tan solo en el aquí y ahora, en quienes nos rodean y en nuestra kehila. Es el momento de tomar decisiones importantes, o de afianzarnos en aquellas que hemos tomado de antemano. Es el momento de decidir qué hacemos aquí y por qué estamos aquí.

La humanidad nace dos veces una para vivir y una para morir, una desconociendo la muerte, y otra sabiendo que su vida tiene un fin. En el Gan Eden la humanidad nació el 6 de Tishrei o el 1 de Tishrei (ya sabemos que hay divergencias sobre el tema), pero volvieron a nacer cuando se les expulsó del Gan Eden y supieron que su vida tenía fecha de caducidad. Su mortalidad les confirió otro regalo, la capacidad de crear vida. Siempre la vida y la muerte están relacionadas una con la otra. Ser conscientes de nuestra propia mortalidad es un ejercicio que hacemos cada año entre Rosh Hashanah y Yom Kippur. Así Rosh Hashanah y Yom Kippur se convierten en un juego de espejos en el que en el nacimiento del mundo se es consciente de la finitud de la vida, y  en el simulacro de la muerte, se es consciente del poder de la vida.

Seamos pues, este Yom Kippur, renovados y renacidos, y sobre todo seamos inscritos en el Libro de la Vida, que no es más que el Libro del Recuerdo y de la Memoria donde vivimos todos.

G’mar Jatimá Tová!

Tags: Kol Nidrei, Yom Kippur
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